Se acerca el Día de Muertos.
Las personas que parten siempre vivirán en nuestro corazón y este cuento habla sobre ello.
Cuando termines de leerlo escribe en tu cuaderno amarillo. ¿Cómo se sentía Adelaida al principio del cuento y cómo se sintió al final?
La Catarina
La noche caía dulcemente sobre las montañas azules y las estrellas poco a poco comenzaban a brillar en el cielo nocturno; Adelaida miraba por la ventana con profunda tristeza. Era una niña pequeña, de siete u ocho años cuando mucho. Sus ojos estaban hinchados a causa del llanto y respiraba por medio de profundos suspiros repletos de tristeza y es que, aquella noche, que en cualquier otro momento le hubiera parecido mágica y hermosa, era la más triste de su corta vida.
Una carta había llegado por la tarde, una repleta de sellos de docenas de lugares distintos; en ella, venía un pequeño mensaje escrito con tinta seca, unas cuantas palabras capaces de cambiar por siempre el rumbo de su vida: Su padre había muerto.
Adelaida lo amaba con toda la fuerza de su corazón; él era la persona más importante dentro de su pequeño mundo. Adelaida amaba sus viajes tanto como sus historias; siempre que lo veía regresar, corría hasta la puerta y lo abrazaba con felicidad; minutos después, él la sentaba sobre la hierba y le contaba las mil aventuras que había vivido en sus visitas a los pueblos y aldeas. Si la venta de cachivaches y libros hubiese funcionado, también le traía uno que otro regalo. Y sin importar lo sencillo que fuese, el padre de Adelaida lo enriquecía por medio de rimas y de palabras bellas.
En su último viaje, le había traído una pequeña catarina de cristal; el diminuto animalito transparente había sido finamente tallado por un artesano, de tal manera que era capaz de reflejar cualquier luz. El buen hombre le dijo a Adelaida que siempre que lo extrañase, podría contarle a la catarina y que ella le llevaría su mensaje hasta adonde fuese que estuviera, ya que, en realidad, la catarina era un buscador de mundos capaz de encontrar a quien fuese siempre y cuando se pronunciara el conjuro adecuado antes que el mensaje.
– “Somnia venit ad me” – le dijo él susurrando
– ¿Qué significa eso papá? – le preguntó Adelaida
-Los sueños vienen a mí- respondió su padre.
Y después de que lo pronuncies pensarás en mí y cuando tengas mi imagen en tu mente, entonces le dirás a la catarina tu mensaje. Solo de esa forma me lo llevará.
Adelaida sonrió sin imaginarse lo pronto que tendría que hacer uso de la catarina y del conjuro.
Y allí estaba ella, mirando por la ventana con la esperanza de ver aparecer a su padre, a su viejo caballo y la caravana cargada de cosas llegar por el sendero. De nada sirvieron las dulces palabras de consuelo de su madre, ni tampoco las horas en silencio con los ojos repletos de llanto; su papito no atravesaría esa puerta nunca más y ella lo sabía.
Se levantó de la cama y caminó hacía el pequeño cofre de ébano que también le había obsequiado su padre. De su interior sacó todos los tesoros que él le había traído desde que era una bebé: Había una cinta roja sujetando dos cascabeles de plata, una pulsera con perlas gastadas y una peineta en forma de mariposa; también había cartas, recortes de libros y hojas sueltas con dibujos y palabras plasmadas por su puño y letra. Y allí, al final de todo aquello, estaba la pequeña catarina de cristal cubierta de polvo.
Adelaida la tomó con cuidado y la puso entre sus manos, la miró delicadamente para asegurarse de que no hubiera sufrido ningún daño. Después, buscó entre los papeles tratando de encontrar ese, en donde anotó el hechizo y no tardó mucho tiempo en hallarlo.
Adelaida volvió a la cama, se sentó dándole la espalda a la ventana y con su voz quebrada por la tristeza dijo:
“Somnia venit ad me”
Después pensó en su papi, en el color de sus ojos y la forma en que su boca se arrugaba al reír; pensó en la tibieza de sus manos y en el olor de su piel. Recordó con todas sus fuerzas el sonido de su voz y también el de su risa y cuando la imagen de su padre cubrió por completo su mente, Adelaida le dijo a la Catarina:
-Catarina, perdón por no haberte hablado antes, pero nunca había extrañado a mi padre tanto como lo hago ahora. Por favor búscalo entre los mundos y llévale mi mensaje.
Dile que lo amo y que lo necesito. Que lamento no haberme portado tan bien como él quería; dile que cuidaré de mamá y que lo quiero más que a nada en el mundo. Por favor pregúntale si puede volver algún día o alguna noche, me gustará verlo una última vez y poder abrazarlo.
Quizá Adelaida quería decir más cosas, lo cierto es que las lágrimas se lo impidieron. Cuando la tristeza atrapó su voz, sus pequeños ojitos se concentraron en una diminuta luz que atravesó el cuerpo de la catarina de cristal. Fue tan solo un instante, uno fugaz. La pequeña se levantó con rapidez y se volvió a colocar frente a la ventana; la noche había cubierto de oscuridad todo el valle, y, sin embargo, Adelaida pudo ver a lo lejos el caer de una estrella. Después, una catarina real apareció del otro lado del cristal perdiéndose entre la bruma nocturna.
El corazón de Adelaida latió con fuerza, se quedó con la vista fija en la ventana hasta que sus párpados comenzaron a pesar demasiado y lentamente, la pequeña se fue dejando caer en la cama hasta quedarse profundamente dormida.
Nadie sabe con seguridad cuanto tiempo pasó, pero una mágica luz azul la despertó.
Cuando sus ojitos se abrieron, Adelaida tuvo que contener el aliento.
Una hermosa mujer estaba frente a ella, sus cabellos eran oscuros como la misma noche y parecían ser ríos de lo ondulados que eran. Sus ojos tenían el color del otoño en el bosque y de sus manos colgaban dos cascabeles de cristal.
-Soy Pyrene y te he traído el mensaje que esperabas, pequeña niña.
Adelaida se sentó al filo de la cama tratando de entender lo que sucedía y antes de volver a caer en una profunda tristeza por la muerte de su padre, la hermosa bruja madrina la detuvo.
-Acércate a mí- le pidió con una voz dulce y tranquila.
Colocó frente a Adelaida los cascabeles que llevaba en sus manos, mismos que al unirse formaron el símbolo del infinito; después una intensa luz blanquecina brotó de ellos, misma que cegó por un instante a la pequeña niña.
Cuando Adelaida fue capaz de mirar a través de la luz, encontró en el interior de aquél símbolo, una especie de espejo en donde estaba reflejada la imagen de su papá.
-Mi niña linda- dijo él
Sé cuánto me amas porque yo te amo igual y también lamento que ya no pueda estar a tu lado. Pero siempre, siempre, siempre estaré junto a ti; en ese cofre has guardado muchas cosas, pero hay otro mucho más valioso para nosotros en donde están nuestros tesoros verdaderos.
Adelaida no entendía lo que su padre trataba de decir, estaba confundida. El único cofre que él le había dado era el mismo de dónde sacó a Pyrene aquella misma noche.
-El cofre al que me refiero es tu corazón. Adelaida, mi niña hermosa, no hay regalo más hermoso que nuestros recuerdos juntos porque esos, jamás se romperán, ni se perderán jamás. Ellos nos unirán a través de los mundos hasta que volvamos a estar juntos.
Cuenta las historias que te conté, ríe con las bromas que te hice. Recuerda Adelaida, siempre recuerda. Mi corazón vive en ti y así será hasta el final de los tiempos; cuida a tu madre, cuídate tú. Yo siempre estaré orgulloso de la mujer en que te convertirás y te amaré por siempre.
No puedo abrazarte una vez más, pero puedo hacerte una promesa.
Los ojos de Adelaida se llenaron de lagrimitas y solo acertó a asentir con la cabeza.
-No hay hija más amada que tú y estaré esperándote aquí cuando llegue tu hora; mientras tanto vive, sé feliz, encuentra la dicha. Haz que cada día de tu vida cuente y así, cuando vengas a mí, serás tú la que me cuente mil historias.
Debo despedirme ya, mi pequeña luz porque el alba se acerca, pero ya sabes cómo enviarme mensajes cuando tu corazón se entristezca…
Antes de que la imagen de su papi se desvaneciera, Adelaida le dijo que lo amaba y que haría todo lo que él le pidió.
Cuando el primer rayo del sol apareció entre las montañas, Pyrene volvió a convertirse en la catarina de cristal y lentamente comenzó a resquebrajarse entre las manos de la niña.
Antes de que Adelaida pudiese reaccionar, una catarina roja se posó en la punta de su nariz dándole la última lección en aquella mañana: Las cosas se rompen, se quiebran, pero los recuerdos permanecen siempre, al igual que el verdadero amor.
Dedicado a Fedora.
Texto: Paola Klug
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